CURIOSIDADES DE NUESTRA HISTORIA




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CRÓNICAS DE LUZ Y DE SOMBRAS
Que duro es morir

LUCIANO ÁLVAREZ

La naturaleza no exonera a los autócratas de las postrimerías de una decadencia física y mental. Pero en su caso ese proceso se convierte en un asunto de Estado, de alta política, sin obviar las miserias humanas.
Por estos días quien pasa por la experiencia es Fidel Castro. En un artículo reciente Carlos Alberto Montaner se refiere al tema diciendo que "a estas alturas, lo extraño no es su muerte, sino su terca insistencia en mantenerse vivo", que "se sabe, también, que el muy previsor Raúl Castro tiene escrito el parte de prensa y muy ensayada la liturgia del esperado deceso." Parecería que en Cuba todo "esta atado y bien atado", diría Franco.
Precisamente, uno de los casos más paradigmáticos de este tópico político es la dilatada muerte del dictador español, en 1975.
Su deterioro físico y mental comenzó en 1969, cuando se le detectó la enfermedad de Parkinson. Desde ese entonces cada vez aparecía más lejano y apartado de las decisiones políticas aunque la puesta en escena procuraba dar la sensación contraria. Paul Preston, en su exhaustiva biografía del Caudillo, cuenta paso a paso ese proceso:
"Durante las audiencias públicas semanales recibía de pie a los visitantes. Una vez sentado, con la luz a sus espaldas, a aquellos les resultaba difícil saber hacia donde estaba mirando." El astuto Franco había desarrollado además algunas estrategias discursivas y gestuales para dar la sensación de que estaba totalmente al tanto de lo que se trataba. Durante los largos desfiles se le colocaba en un taburete que daba la sensación de que el hombre estaba de pie, marcialmente.
Mientras que los españoles no sabrían oficialmente de su enfermedad hasta 1974, un año antes de su muerte, los medios de comunicación daban cuenta, con recurrente asiduidad, de sus proezas físicas, en la caza, la pesca o el golf: que había pescado 196 reos (un pequeño salmón de río) o cazado 3000 perdices; al parecer el Parkinson no afectaba su puntería.
Al mismo tiempo el Caudillo no cesaba de repetir mensajes como éste: "La firmeza y la fortaleza de mi ánimo no os faltarán mientras Dios me de vida para seguir rigiendo los destinos de nuestra Patria."
A finales de 1974 su salud se deterioró significativamente, sin embargo en un discurso por televisión, Arias Navarro, el jefe de gobierno, aconsejaba, a quienes tuviesen dudas "que se acerquen al palacio de El Pardo, que aunque sea desde la lejanía contemplen esa luz permanentemente encendida en el despacho del Caudillo, donde el hombre que ha consagrado toda su vida al servicio de España sigue, sin misericordia para consigo mismo, firme, al pie del timón, marcando el rumbo de la vida para que los españoles lleguen al puerto seguro que él desea."
Algo de verdad había. Franco ponía y deponía ministros o firmaba sentencias de muerte, aunque cada vez más dependía de quienes pudieran acercarse a él e influir en su ánimo. "El Bunker" o "la pandilla del Pardo", encabezada por Carmen Polo, su esposa y su yerno, el marqués de Villaverde eran singularmente importantes.
El 1º de octubre de 1975 hizo su última aparición pública ante una enorme multitud que celebraba los 39 años de su gobierno personal. Hizo un breve discurso, pero el frío otoñal y un resfrío desataron lo inexorable
El 12 de octubre comenzó la primera crisis y tres días más tarde los cardiólogos descubren, por pura casualidad, que ha sufrido un infarto y que, además, no es el primero. Dos semanas atrás, y según su propia confesión, ya había tenido unos síntomas como los que ahora congregan junto a su cama a los médicos que intentan convencerle, sin éxito, de que abandone sus habituales obligaciones. Sin embargo Franco se empeña en presidir el consejo de ministros, incluso se niega a trasladarse en silla de ruedas hasta el salón.
Lo único que logran los médicos es controlar por telemetría su corazón durante el tiempo que dure la sesión; se instalan en una habitación contigua frente a un monitor que registrará cualquier alteración del corazón de Franco.
Por esos días comenzó a recibir trasfusiones para paliar hemorragias de estómago.
El 2 de noviembre de 1975 sufre una hemorragia incontenible. Los médicos deciden operar a Franco allí mismo, en el botiquín del Regimiento de la Guardia del Palacio de El Pardo, un cuartucho que llevaba muchos años cerrado; se limpia como se puede, se improvisa una mesa de operaciones. Pero nuevas dificultades se presentan a la hora de trasladar al paciente: las escaleras desde su habitación no permiten el giro de una camilla. Entonces lo llevan en una de las alfombras del cuarto, sangrando y completamente desnudo. La intervención empieza a las nueve y media de la noche. Al otro lado del improvisado quirófano hay 24 especialistas. El campo de operaciones se ilumina con lámparas de mesa que los propios cirujanos sostienen con la mano. En plena operación saltan los tapones de la electricidad. Mientras Franco permanece sobre aquella mesa con el vientre abierto, un urgente electricista hace una reparación provisoria.
La intervención le salva la vida, pero también descubren que padece uremia y es necesario someterle a diálisis. Lo trasladaron al Hospital de La Paz, del que ya no saldría. El 5 de noviembre fue intervenido nuevamente durante 4 horas y media: le extirparon dos tercios del estómago y a partir de ese momento, cuenta Preston "lo mantuvieron con vida mediante un inconcebible parafernalia de máquinas de soporte vital." Todavía debió sufrir otra operación, el 15 de noviembre. A su alrededor los potenciales herederos y sucesores juegan sus cartas y alargan su agonía.
Ocasionalmente, Franco recobraba el conocimiento y murmuraba "que duro es morir". Por fin su hija ordenó que lo dejaran morir. Esto habría sucedido en la noche del 19 de noviembre de 1975. Sin embargo la fecha oficial fue fijada 20 de noviembre de 1975 a las 5:20 de la mañana, para hacerla coincidir con la de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange y mítica figura del régimen. Un último signo político para su postergada muerte. Estaba por cumplir 84 años
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