Capítulo 5. ¡Por fin Paris!
Pasé en Hamburgo unos meses más de lo
que tenía pensado, porque había enviado algo de dinero a mi hermano para
ayudar al pequeño ‒a mis padres, buscando la niña, les salió de nuevo
niño y, como lo buscaron de forma algo tardía, yo, el mediano de los
tres hermanos, tenía 16 años más‒.
La idea de estar en Hamburgo hasta junio
o julio la prolongué hasta finales de octubre. Después de haber pasado
un invierno tan crudo, estaba disfrutando de un verano esplendido con
temperaturas de hasta 18º, y mi estómago se había tranquilizado. Mis
alumnas progresando ya iban tocando el pastel, lo que hacía que las
niñas, al dejar el lápiz o el carboncillo y ver sus pequeñas obras con
color, se sintieran con más ganas de continuar. Habían pasado la primera
fase, que suele dejar en el camino a muchos que se inician en el arte,
queriendo coger pinceles, lienzos y pintar una obra maravillosa cosa que
hay que hacer paso a paso. Claro que me supo mal el no seguir, pero las
había dejado preparadas para continuar en alguna de las escuelas de
arte que había en Hamburgo. Posteriormente supe por Guillermo que las
dos eran alumnas adelantadas y ya estaban haciendo obras tanto en
acuarela como al óleo.
También hubo otra razón que me hizo
prolongar mi estancia forzada en Hamburgo, y fue que el marco y el
franco estaban casi a la par con la peseta, el primero se cambiaba a 14
pesetas y el segundo a 12 pesetas. Lo que hacía que Francia fuese igual
de cara que Alemania. En España con lo ahorrado casi me podría haber
comprado una pequeña casa, y en Francia seria para ir tirando unos
meses, como así fue.
Fue el 25 de octubre de 1960 cuando
empecé la preparación del viaje. Compré el billete a París para el día
27 con salida a las 19:00 h, cambié parte de los marcos en francos y
envié unos miles de pesetas a mi hermano que serían las ultimas hasta
situarme en Paris. El día 27 por la mañana fue la despedida en el
taller, ya me habían dado la liquidación el día anterior y deje en el
almacén el traje de faena, aunque pague diez marcos por llevarme las
botas de recuerdo, para ir al baile me había comprado, al poco de
llegar, unos zapatos que usaba para salir.
Alguna despedida me sorprendió, como la
del encargado que me dio un abrazo, y las lágrimas de Vicente, Guillermo
con la familia al completo vinieron a despedirme a la estación. Las
comidas intentaron continuarlas, pero terminaron por dejarlas. Me di
cuenta que había dejado afectos por la emotividad de aquellos momentos.
El viaje a Paris, que debió ser de
alegría, fue tenebroso. Subí a mi vagón, al no ver ningún pasajero pensé
que irían subiendo en alguna parada de estación, pero ocurrió que,
pasados no más de veinte minutos, quitaron la luz del vagón, pensando
que no iba nadie. Podía haberme cambiado a algún otro vagón, pero como
no tenía litera opté por quedarme, ya que podía tumbarme en los
asientos. Seguramente por la emoción del viaje y la situación creada,
solo en el vagón y sin luz, unido a que se había hecho de noche,
desencadenó una crisis en mí maltrecho estómago, que me hizo pasar una
desagradable noche con mi amigo el bicarbonato. Al fin dormí dos escasas
horas. Amaneció el día con un sol espléndido, ya estábamos atravesando
Bélgica y veía un paisaje tristón, aunque pronto vi letreros en francés.
La llegada a la Gare du Nord de París la tenía a las 7:12 h y llegamos
puntuales.
Lo que vi desde el tren era bonito, como
hacia sol todo me pareció totalmente diferente a aquel Hamburgo un
tanto gris. Allí estaba Luis y su mujer esperándome, nos dimos un fuerte
abrazo y le di dos besos a Silvia, la mujer de Luis, que hablaba un
español afrancesado que sonaba muy bien.
El sonido ambiente era diferente al de
Hamburgo, el alemán siempre lo encontré brusco, como militarizado. Mi
primera impresión del francés fue como algo conocido, con una cierta
cercanía al valenciano. A Luis, que se sentía un tanto responsable de mi
estancia en Hamburgo, lo veía contento de haberme recuperado. Fuimos a
un parking donde habían dejado el coche, era un coche grande, un Citroën
DS, y nos dirigimos a su casa de Paleiseau, hacía una temperatura
agradable, todo lo que veía me parecía bonito. Llegamos a su casa, una
casa grande de tres dormitorios, situada en un entorno con verdes
arboladas. Para acoger al invitado, colocaron a las niñas en una
habitación con litera de dos y una cama para la mayor que tenía doce
años. Las niñas eran muy guapas, las tres eran rubias como su madre y
tenían los ojos del padre, de un azul algo especial, me recordaban a una
película de extraterrestres donde unos niños rubios con ojos de un azul
especial dominaban a un pueblo.
Para la nueva fase de mi vida hacía
falta planificarme, necesitaba aprender el francés y conocer Paris para
poder desenvolverme. Luis se había adaptado en la empresa,
reconvirtiéndose en el mantenimiento de los elementos de oficina. Al día
siguiente a las siete salimos hacia Paris, Luis a su trabajo y yo a
perderme en aquella hermosa ciudad. Compré un plano de la ciudad y del
metro y me metí en el laberinto. Me había dejado a la puerta del metro
République y quedamos en el mismo lugar a las siete de la tarde, tenía
todo el día para perderme en aquella inmensa trama del metro parisino.
No me perdí, bueno... solo un poquito, pero en la mayoría de los andenes
de las estaciones había un mapa del metro electrónico, marcando donde
querías ir te indicaba dónde estabas y te mostraba la línea que debías
coger para llegar a tu destino, o si tenías que hacer trasbordo. Desde
Républque me bajé en Étoile, visité el Arco de Triunfo y di un paseo por
los Campos Elíseos. Luis me había indicado el lugar donde había un
self-service en la plaza de La República. Vi una puerta de metro y me
metí, estaba en la misma Avenida de los Campos Elíseos, en el plano vi
que tenía que hacer un trasbordo y llegué sin ningún problema a
République, donde encontré el self-service en el que comí
estupendamente.
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Paris, años 60. Los Campos Elíseos, al fondo el Arco del Triunfo. |
Terminado de comer entré en un bar que
estaba casi puerta con puerta con el self-service y pedí un café, no
tuve problema, me lo sirvieron, me lo bebí y pagué lo que ponía en el
ticket. Cuando me marchaba me llamó el camarero, diciéndome algo que no
entendía, y gracias a un cliente que hablaba algo de español, me explicó
que en el precio del café no estaba incluida la propina del camarero,
que era obligada de un mínimo del 10%. Fue mi primera lección de francés
la propina en francés era "pourboir". Curiosamente un par de años
después eliminaron el tener que dar la propina y en el ticket te ponía
propina incluida. El negocio les fue redondo, porque la costumbre de
dejar la propina continuó.
Había comprado un carnet de metro de
diez tickets, que resultaba más económico. Con un solo ticket, mientras
no salieses del metro, podías pasar todo el día viajando. Como había
quedado con Luis a las siete, volví a perderme en el metro donde viví
una hora punta. Los vagones estaban llenos y al llegar a la estación vi
esperando una multitud, supuse que no abriría las puertas, pero se
abrieron y lo que parecía imposible pasó, los que había fuera entraron,
yo que había cedido mi asiento, quede preso y en situación un tanto
comprometida, una chica alta había quedado presa frente a mí y tenía sus
tetas en mi cara, imposible girarse, parece que la chica tenía
experiencia de aquellos momentos y tampoco hizo intención. En la
siguiente parada de nuevo se abrieron las puertas por si salía alguien,
pero ocurrió que todavía subió más gente, así hasta una estación que
tendría trasbordo, en la que bajó mucha gente, yo también, porque se
acercaba la hora y no sabía dónde me encontraba para ir a République.
Por el plano vi que tenía que hacer dos trasbordos. Creo que pasé el
examen con sobresaliente, podía desplazarme en Paris sin problema. Me
encontraba bien en aquel mi primer día parisino, aunque estuve más bajo
que arriba de aquel París que terminó enamorándome. Esperé a Luis en el
bar donde habíamos quedado. Llegó unos minutos después y nos tomamos una
cerveza, explicándole con entusiasmo mi proeza. Podía desplazarme por
París yo solo.
De camino a casa le pedí a Luis que me
buscase en París un hostal donde empezar a organizarme, me dijo que me
esperase unos días y me preguntó si me encontraba mal en su casa. No era
el caso, pero, aunque no le dije nada, la situación de pareja ‒no muy
buena‒ hacía que me encontrase algo incómodo. Al día siguiente me indicó
un bar donde se reunían españoles, algunos solían ser refugiados
políticos. Aproveché el día para patear París, la Tour Eiffel, vi París
desde uno de los barcos turísticos que te paseaban por el Sena. Me di
cuenta que todo era muy bonito, pero no estaba de turista, aunque solo
habían pasado dos días.
Estando en casa de Luis me encontraba
sujeto a su horario de trabajo que limitaba mi posibilidad de
integrarme, por lo que dos semanas después de mi llegada me encontró una
habitación en un hostal en la Rue Jean Nicot, en el distrito 7, cerca
de la Tour Eiffel. La situación era buena, el hostal menos, pero ya
tenía una cierta independencia. En el viejo hostal había un grupo de
Ceuta que eran refugiados políticos republicanos, también un catalán,
Jordi, que era comunista, recuerdo que en su habitación tenía un mapa de
Europa con casi toda pintada de rojo. Luis me había acompañado al
Departamento de Interior para solicitar mi inclusión como refugiado
político, aun habiendo avalado mi versión en aquel casi tercer grado, me
pedían dos avales de algún grupo político español inscrito en el
Ministerio del Interior francés, daba por supuesto que tenía el de ARDE y
conseguir otro no sería cosa nada fácil.
No muy lejos de donde vivía estaba el
bar que me había indicado Luis, donde se reunían españoles y algunos de
ellos eran refugiados políticos, se encontraba frente en la boca de
metro Ecole Militaire, muy cerca de la Tour Eiffel, en unos días entablé
relación con Juana, que era de la CNT, y Alberto, del PC. Más tarde
conocí a "El Pirata", nunca supe su nombre, se hacía llamar "Pira". Al
igual que Juana pertenecía a las Juventudes Anarquistas, hablamos un
poco de todo, yo tenía que acomodarme a sus planteamientos un tanto
libertarios, aunque me consideraba más afín a Alberto y Juana ‒Juana se
sentaba alguna vez con nosotros, pertenecía a las Juventudes Comunistas,
era nacida en Francia de padres españoles‒, las ideologías no se
repelían, en cuanto el eje de la conversación solía converger en la
dictadura franquista apoyada por la iglesia.
El hecho de haber estado en la Guerra de
Ifni, que había sido muy comentada en la prensa francesa, hizo que el
acercamiento al pequeño grupo fuera más fácil. Me preguntaban por la
verdad de lo ocurrido, y mi verdad sobre los hechos, que ponía a Franco
en mal lugar, notaba que les sonaba bien. Un día Luis se presentó en el
bar ‒tenía que decirme algo, y al no encontrarme en el hostal supuso que
me encontraba en el bar‒, a Luis lo conocían y sabían de su activismo,
por lo que le tenían un cierto respeto, al hablar de mí y por lo que
estaba en París, ya todos me consideraron uno más. Tiempo después me
explicaron que al principio tenían sobre mí un cierto recelo, porque
sospechaban que podía ser un posible infiltrado por el Régimen.
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Boca del Metro Ecole Militaire en Paris. |
Luis me explicó que había hablado con
Paco ‒del grupo republicano del hostal‒ que era muy amigo de Valentín
González "El Campesino", había hablado con él por si podía encontrarme
algún trabajo, cosa muy difícil sin la documentación pertinente.
Habían pasado ya dos meses y me daba
cuenta que me harían falta ingresos. Hablé con Paco, que me dio la
dirección de Valentín, donde tenía que ir al día siguiente a las ocho de
la mañana.
Cuantos aún sin conocerte personalmente te hemos seguido en la lectura de las entradas a tu blog, estimado amigo y compañero Adolfo, tienes que saber, allá donde estés, que todos lamentamos tu pérdida.
ResponderEliminarOjalá que tus relatos, llenos todos ellos de una inmensa y valiente defensa de los componentes del S.M.O. que junto a ti combatisteis en la Guerra de Ifni.
Continua......No se pierdan en el olvido.
ResponderEliminarLos pocos que quedamos vivos de aquella guerra olvidada, vemos con pesar que se van cerrando las puertas a la información de aquellos sucesos.Ojalá que alguien pudiese continuar con los relatos que dejó a medias nuestro buen amigo Adolfo. Siempre te recordaremos.
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