Capítulo 3. Luis
Luis, era un joven de 32 años, muy buena
presencia, alto, con unos ojos azules de un color especial, tenía una
gran facilidad de palabra, sabia moverse y venderte la moto, pero por
increíble que sea, sabía leer, sabía escribir, las cuatro reglas y poco
más, tampoco le hacía falta, se había educado en la calle, donde
desarrollo el sentido de la comunicación. Era de izquierdas por
genética, sus padres fueron republicanos de los que se refugiaron en
Francia. Hoy lo recuerdo como aquellos "charlatanes" que en una plaza,
estipulaban el precio de una cosa y por la misma cantidad, te llevabas a
casa una mantelería y una cubertería, cuando no, además una pluma
estilográfica.
Hablo de principio de 1959 en la España
de Franco, uno podía ser de izquierdas en oposición al régimen asumiendo
las consecuencias, o aceptar vivir con el régimen y ser de izquierdas,
esto podía ser una hipocresía, pero funcionaba mientras no te vieran el
"rabo" en mi caso creo que estaba considerado como un poco rebelde por
el comisario de barrio, pero apreciado seguramente por estar en la
escuela de la UNL. Para ser beneficiario de las bonanzas del régimen,
tenías que estar afiliado a Acción Católica y a Falange, había que ser y
parecerlo, cosa que no fue nunca mi caso. No había más opciones, o te
tirabas al monte donde quedaban escasos residuos de los Maquis ‒fuerzas
republicanas que hicieron re¬sistencia al franquismo dispersos en la
montaña, y ya prácticamente extinguidos‒. Decidí ayudar a Luis, por lo
que me metí en una trama política que me trajo con excesiva rapidez
problemas, que desde el principio había asumido.
Fue así, en poco tiempo por la forma de
pensar de Luis y la mía nos hicimos amigos y en la confianza me explicó
que sus orígenes eran republicanos, que pertenecía las Juventudes
Republicanas y estaba incorporado en la recién creada ARDE ‒Acción
Republicana Democrática Española‒, formación con fines anti-franquistas;
gracias al secretario del cónsul de España en París, que era homosexual
‒por lo que necesitaba dinero "para sus cosas" y debía estar enamorado
de Luis, aunque este, estaba casado y tenía tres hijas‒ conseguía
pasaportes "legales" para personas ya establecidas en sus contactos,
otros eran "amañados". Sus idas y venidas eran periódicas, de entre 10 o
12 días, que traía algún pasaporte, supe que la mayoría de la
incipiente ETA provenía de la iglesia, ya que eran seminaristas
"fichados" o "calientes" los que contactaban al amigo Luis u otros en la
clandestinidad. Era una trama compleja.
Por aquel tiempo Carrero Blanco ya había
creado la Organización Contrasubversiva Nacional, O.C.N., para
controlar a la iglesia vasca. Claro que yo tenía algunas preguntas:
¿cuál era el procedimiento? ¿de dónde procedían los medios económicos?
Eran preguntas que me hacía, que solo me aclaró cuando decidí ayudarle
de pleno aportando el piso en que vivía como contacto, aunque tenía
otros en Elche, Segorbe, Burjassot, ...
Así ha sido mi vida, Luis llamó un día a
mi casa bus-cando un relojero y me metí en el lio sabiendo el riesgo.
Durante unos meses, mi casa se convirtió en centro, y alguna vez posada,
de los opositores clandestinos al Régimen, esperando la vía más
oportuna para pasar a Francia. Así, por circunstan¬cias un tanto
singulares, me encontré en una nueva situación, que mi forma de ser
aceptó porque el franquismo me había hecho daño, y el ayudar de una u
otra forma a la izquierda con la que yo me sentía cómodo, unido a mi
juventud, es por lo que no dude en apoyar y ayudar al amigo Luis. Mi
nueva situación era comprometida, porque en la escuela de la UNL donde
estudiaba, teníamos clase de religión y educación política incluidas en
las notas. En mi curso estaba el sobrino del Arzobispo de Valencia, con
el que tenía gran amistad, y nos daba clase de política el primo de José
Solís, con el que la relación era, si no de amistad, si cordial. Por la
escuela íbamos todos los años "obligados" al campamento de Frente de
Juventudes, donde él era el jefe de campamento y yo me ocupaba del
periódico mural, esto unido a la posterior medalla de campaña de
Ifni-Sahara como excombatiente en defensa de la patria, me hacía tener
un cierto respaldo de seguridad en mis movimientos, que solía
contemporizar acercándome a la es¬cuela para saludar a Juan ‒el primo de
José Solís‒. Al igual que Leal, el sobrino del arzobispo, venía a mi
casa porque teníamos una muy buena amistad, alguna vez estaba Luis con
sus relojes y hablaban de un París del que Leal estaba enamorado,
habiendo estado en más de una ocasión. Nada hacía pensar que algo se
"cocía" en aquel pequeño taller de relojería. Aunque la situación era
altamente comprometida, y los últimos meses se había llevado al límite.
Era, creo recordar, sobre finales de
diciembre de 1959 ‒todo había pasado muy rápido‒, cuando Luis me dice
que habría que desmontar el piso y sería conveniente salir de España. Mi
piso ‒alquilado‒ o la presencia de Luis se había "calentado", y mis
amistades dudaba mucho que pudieran ayudarme.
Puedo decir que nunca he sido de ningún
extremo político, hoy en mi ancianidad me ratifico agnóstico y
políticamente de centro, el relato de este libro es el de un Adolfo de
veintitrés años, con un cierto o gran rencor al franquismo, que me hizo
vivir una adolescencia de sumisión, para sobrevivir en la miseria y
también sobrevivir en una guerra "gilesca" en Ifni. Una juventud rota,
pero juventud al fin y al cabo, me hizo ver la lucha contra el Régimen
casi deseada, metiéndome por la inercia de los acontecimientos en
situaciones "complicadas".
Un día de regreso de uno de sus viajes,
Luis me explicó que habían cogido a uno del Partido Comunista y suponía
que tenía mi dirección o las otras de Segorbe y Elche, por prudencia
había que salir de España. Sobre todo, el eslabón de la cadena a
eliminar era él, que ya había cumplido, claro que yo había quedado
contaminado. Era algo con lo que no contaba, salir "corriendo" a un
lugar desconocido me hizo reflexionar, pensando ‒seguramente con
excesiva candidez‒ que mis "relaciones" podrían solucionarme el
problema, si lo hubiera.
Luis me hizo comprender que no era una
travesura, y que ni el Arzobispado y menos Juan me podrían ayudar,
también me explico la trama:
En París concretamente, con la unión de
Izquierda Republicana y Unión Republicana, se había formado la
incipiente ARDE (Acción Republicana Democrática Española) en el exilio.
El dinero para ayudar en el movimiento, del que él era parte como
miembro de las Juventudes Republicanas, y como tal hacia un par de años
estaba haciendo la labor de "paso", provenía de la Policlínica Cervantes
situada en el distrito XI de París, gestionada por médicos
republicanos.
Luis me hizo ver la realidad, era algo
serio que había que solucionar de forma que no alterase la
infraestructura creada, nosotros éramos el eslabón a eliminar de la
cadena, en especial él mismo, por si el detenido "cantaba", que era lo
previsible. Aunque era posible que mi piso estuviera limpio, no se podía
correr el riesgo. Todo había que hacerlo con una cierta rapidez, por lo
que Luis ya tenía organizado la forma de "salir". Yo tenía pasaporte,
que había actualizado unos días después de fallecer mi madre con
intención de irme a Alemania o Francia, pues la idea de volver a mi
puesto de trabajo en la UNL nunca lo tuve en mente.
Casi sin darme cuenta todo se había
precipitado, cuando ya me había acomodado y con la relojería que me iba
muy bien. El hecho de ir a Alemania era por la facilidad de tener la
documentación y trabajo de inmediato, como así fue, dada la necesidad de
mano de obra que tenían las fronteras eran poco restrictivas. Me
ocurrió como cuando para cumplir mi SMO me destinaron a Ifni, lo vi como
una aventura, en la primera ocasión de forma obligada y en esta
necesaria. Ese mismo día me compré ropa de abrigo. Luis me dio 400
marcos ‒a 14 pesetas el marco‒ y yo llevaba 2.000 pesetas ‒de las de
1959‒.
Había que desplazarse a Barcelona de
donde un grupo de universitarios del SEU ‒Sindicato Español
Universitario‒, en viaje de fin de curso, salía en autocar hacia
Hamburgo, a este se unía un coche particular de un alemán como apoyo al
"exceso de pasaje". Los contactos de Luis en Barcelona lo habían
organizado todo, yo iría con el alemán. Tenía que entrar en Hamburgo por
la frontera norte, cosa que hacía cada diez días, con la consiguiente
confianza en su paso. Aunque llevaba pasaporte prefirieron no arriesgar,
en el coche irían dos más, un español que regresaba a Hamburgo después
de unas vacaciones y un seminarista miembro de la incipiente ETA, que
llevaba un pasaporte "amañado". En ninguna frontera tuvimos problema.
Llegado a Barcelona, me hospedé durante
dos días en una pensión gallega donde celebré el Fin de Año de 1959 con
un pote gallego y su correspondiente queimada. Una velada agradable, que
pagué con una crisis de estómago atenuada con el socorrido bicarbonato.
El día dos de enero de 1960 llegó a recogernos Ernesto ‒así lo
llamamos‒, era un alemán más bien bajito que hablaba español ‒conducía
un coche Opel Capitán‒, venía con su pareja, una rubia de muy buen ver
que no hablaba español. Los tres ocupamos la parte de atrás que era
bastante amplia, se puede decir que íbamos cómodos.
El viaje fue de buenos recuerdos, ya que
entramos en Alemania por la frontera suiza, haciendo largas parada
tanto en Francia como en Suiza, donde pasamos un día en Ginebra.
Recuerdo algo que me impacto: una señora mayor ‒unos70 años‒ iba en una
bicicleta color rosa y llevaba un sombrero con flores, era algo que en
la España de 1959 nos hubiéramos carcajeado. La verdad es que entraba en
un nuevo mundo.
Comimos en un restaurante de bello
paisaje a orillas del lago Neuchatel. Todo maravilloso, aunque el
bolsillo se quejó mucho, todo era muy caro. Claro que todo no podía ser
bonito, conforme subíamos al norte iba notándose el frío. Fue en Suiza
donde tomé mí primer café, en España tomaba malta, no recuerdo si era
por la costumbre de haberla tomado desde pequeño o porque lo encontré
muy diferente, no terminó de gustarme. Tiempo después me convertí en un
adicto al café. Tanto es así que al cabo de los años que tuve que dejar
el tabaco y el café, dejé mis dos paquetes de tabaco diarios sin ningún
problema, pero el café me costó mucho dejarlo.
Como veterano de la guerra de Ifni, celebro que este blog permanezca abierto en honor de Adolfo.
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