Ifni y Sáhara se convirtieron en refugio de militares con ínfula
 

Ifni era entonces un destino codiciado por los militares profesionales. La independencia de Marruecos, proclamada poco más de un año antes, había dejado huérfanos a miles de africanistas. Como el propio dictador, ellos habían hallado en el país vecino una vía rápida para ascender, sueldos que duplicaban a los de sus compañeros de la Península y un prestigio social impensable en la metrópoli, donde sólo podían aspirar al pluriempleo. Finiquitado el Protectorado del Norte y expulsados del Rif y del Yebala, sólo les quedaban Ifni y el Sáhara para continuar disfrutando de una sociedad a su medida. Las dos colonias olvidadas se habían convertido en su último refugio.
EL SÁHARA OCCIDENTAL (entonces Sáhara Español) era un desierto habitado por menos de cien mil nómadas en donde la arena y el siroco amargaban la existencia a los españoles. Pero Ifni era un lugar de extraña belleza, con altos montes de tierra roja cubiertos de cactus de un verde brillante y regado por numerosos arroyos. El territorio, de 1.700 kilómetros cuadrados (tres veces el municipio de Madrid), se hallaba incrustado al sur de Agadir. El Atlántico batía sus 60 kilómetros de costa y suavizaba la temperatura. Cuando estalló el conflicto, estaba habitado por 50.000 personas. De ellas, sólo el 18% eran europeas: militares, funcionarios, comerciantes y sus familias. Las demás eran bereberes pertenecientes a la tribu Ait Baamarán, que 20 años antes había contribuido con 11.000 hombres a la Cruzada de Franco.
Los españoles no llevaban mucho tiempo en Ifni. Aunque, en teoría, su presencia se remontaba a cinco siglos, sólo se había materializado 13 años antes del estallido del conflicto. En 1934 el Gobierno de la República había encomendado ocupar el territorio al coronel Osvaldo Capaz. Él eligió el lugar en donde fue levantada la ciudad de Sidi Ifni, que pronto se convirtió en la capital del África Occidental Española. Estaba situada sobre una meseta, al borde del océano y en torno al aeropuerto. La calle principal, en la que se hallaban las oficinas de Correos, el cine y los principales comercios, marcaba la división entre sus habitantes: de un lado, las casas de los europeos; del otro, el "barrio moro", donde los primeros no solían aventurarse. El interior del territorio estaba salpicado de fuertes y puestos militares en torno a los cuales los nativos habían instalado jaimas o levantado casas de adobe. El cable telefónico era la única comunicación entre esos puestos y la capital.
CUANDO A FRANCO le comunicaron que los guerrilleros del Ejército de Liberación habían lanzado un ataque general contra Ifni, ordenó al almirante Carrero Blanco, entonces ministro de la Presidencia, evitar a toda costa un baño de sangre que provocara la guerra con Marruecos. Esa idea ya venía siendo repetida por Carrero en sus misivas a los sucesivos gobernadores del África Occidental: "El Ejército de Liberación es un instrumento de la URSS, con el que persigue crear dificultades a los occidentales en África", le escribió el 21 de marzo de 1957 al entonces gobernador, el general Ramón Pardo de Santayana. "Nos interesa conservar nuestro territorio sin crear dificultades a nuestras relaciones con Rabat y nos conviene acabar con el Ejército de Liberación sin llegar a una situación de guerra, con una activa política de desprestigio", informando a "nuestros indígenas" de que sus integrantes "son unos malos musulmanes que sirven a Rusia, enemiga de Dios, y que son traidores al sultán".
La realidad tenía poco que ver con lo que escribía el almirante. El Ejército de Liberación estaba formado por miembros del partido nacionalista Istiqlal, era respaldado por el sultán Mohamed V y estaba dirigido desde la sombra por el príncipe Muley Hassan, que cuatro años más tarde subiría a trono con el nombre de Hassan II. Su jefe directo era un antiguo mercenario de la Legión Extranjera francesa llamado Ben Hamú. Los rebeldes habían instalado su cuartel general en la localidad marroquí de Gulimín, fronteriza con Ifni y a 50 kilómetros de Sidi Ifni. Eran entre 4.000 y 5.000 hombres y mantenían sitiado el territorio. Los soldados españoles encargados de defenderlo no llegaban a la mitad: eran menos de 2.000.
Los primeros heraldos de la guerra habían aparecido en enero. El día 29 de ese mes, los rebeldes arrancaron 50 metros de cable telefónico y dejaron incomunicado el puesto fronterizo de Tiliuín, al sur. A primeros de marzo, una bomba mató a un niño e hirió gravemente a su madre en Zoco el Arbag. El 6 de mayo mataron a tiros a un alférez indígena de la policía; el día 7, a un sargento, y el día 9, a un agente. El 12 de junio, en la calle principal de Sidi Ifni, asesinaron de un tiro en la espalda a un capitán de Tiradores de origen marroquí. El día 18 cortaron las comunicaciones telefónicas entre la capital y el puesto de Telata de Isbuía. El 10 de julio fue hallado el cadáver de un policía indígena. El 18 de ese mismo mes ardieron misteriosamente 80.000 litros de gasoil almacenados en la playa de Sidi Ifni. El 10 de agosto, una patrulla española fue tiroteada cuando intentaba reparar la línea telefónica cerca de Tiguisit. Y el 16 de agosto se produjo el primer enfrentamiento armado entre los soldados y los rebeldes marroquíes: una columna que volvía a Sidi Ifni repelió una emboscada cerca de la capital. Cuatro rebeldes murieron y un español resultó herido.
La tensión era máxima en Sidi Ifni. Las tiendas habían echado el cierre, españoles y nativos se habían encerrado en sus casas. Los soldados, armados con un mosquetón y cuatro granadas, patrullaban las calles en grupos de tres. Muchos militares nativos se pasaron a los rebeldes y los mandos decidieron apartar del servicio a buena parte de los demás.
SI LOS ESPAÑOLES eran pocos, su penuria de medios era escandalosa. Los transportes de la Bandera Paracaidista se reducían a dos jeep, dos camiones Ford y una ambulancia. Los soldados utilizaban viejos mosquetones Mauser. Para los escasos ejercicios de tiro recibían sólo diez balas y cuando acababan de disparar debían entregar los casquillos o devolver los proyectiles sobrantes. Los aviones eran ancianos Junker y Heinkel más peligrosos para sus pasajeros y tripulantes que para el enemigo: en mayo se estrelló uno cuando trataba de despegar (14 muertos) y en agosto se estrelló otro cuando intentaba aterrizar (seis muertos). En vísperas de la guerra, cada soldado disponía de sólo 288 balas. El arsenal parecía extraído de la guerra de Gila, pero los muertos eran de verdad.
La miseria en que se hallaba la tropa ha quedado reflejada en un informe redactado por el jefe de la II Bandera Paracaidista en septiembre de 1957, sólo un mes antes del estallido de la guerra: "El traje de faena comienza a deteriorarse, especialmente en aquellos que sólo tienen un traje de faena, por no haber podido entregar el segundo reglamentario por falta de existencias. En lo que se refiere al calzado (…), se encuentra francamente deteriorado en general. (…) Estas necesidades se han tendido que solucionar permitiendo que los legionarios compraran en el comercio de Ifni calzado no reglamentario y dando orden para que toda clase de servicios e instrucción (…) se realizaran en alpargatas."
Pocos días antes, el 23 de junio, se había producido un relevo en la cúpula del gobierno del África Occidental. El nuevo gobernador, el general Mariano Gómez de Zamalloa, recibió el primer baño de realidad cuando el Junker que le trasladaba desde Canarias estaba a punto de aterrizar en Sidi Ifni. El teniente coronel encargado de recibirle le comunicó por radio que, dado que todos los soldados estaban movilizados, no disponía de tropa para formarle la guardia de honor en el aeropuerto.
Si el ataque de la madrugada del 23 de noviembre contra Sidi Ifni fue un fracaso, no ocurrió lo mismo con la ofensiva de los rebeldes contra los puestos del interior. Las noticias que llegaban a la capital desde aquellos fuertes aislados eran alarmantes. Hameidusch había caído y su jefe, un sargento, había sido fusilado delante de sus hombres. Bifurna había sido tomado y nada se sabía de sus cinco defensores. En Tabelcut, un teniente, un cabo, un guardia civil y cinco soldados eran dados por desaparecidos. En Tiugsa, que soportaba un duro asedio, los rebeldes habían asesinado a un tendero español y le habían vaciado los ojos. En Tamucha, el teniente que se hallaba al mando había muerto de un tiro en la cabeza. En Tenín había caído un soldado. Telata de Isbuía, al sur del territorio, se hallaba bajo fuego de mortero y varios de sus defensores estaban gravemente heridos. Ésas eran las noticias cuando los guerrilleros comenzaron a cortar los cables del tendido telefónico y, uno tras otro, los puestos fueron quedándose mudos...

1 comentario:

  1. Quiero recordar que estando en Ifni como paracaidista, se decía que seguramente todos los oficiales que allí había, siendo como eran hijos o sobrinos de generales, habían accedido a una plaza en cualquier batallón en el que estuviesen encuadrados, para por enchufe, ir a la "guerra" de Ifni-Sahara a fin de que le contase el tiempo doble en el servicio a la hora de los ascensos. Además de disfrutar de las "ínfulas" que citas en tu documentadísimo artículo.

    Feliz y próspero año 2013

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