EL COMBATE DE EDCHERA

XIII BANDERA. Edchera 1958. CAPITULO FINAL    

 
No ha muy tardar las cosas cambiaron y nuestro mando, el Capitán Girón ordenó volver a los camiones para salir de allí, o al menos eso era lo que el Cabo Belmonte nos decía a voz viva. Había cambio de planes. Todos nos vigilábamos de reojo a la espera de las ordenes del cabo para retirarse pero aquella orden no llegó. El Cabo nos ordenó continuar con el fuego de cobertura. El Capitán Girón se retiraba hacia la meseta de arriba y la sección de nuestro Brigada Fadrique, quedábamos allá abajo solos con el Capitán Jauregui y su compañía.
El Brigada Fadrique hizo acto de presencia junto a nosotros pistola en mano acompañado de algunos Cabos y nos hizo una señal de avance. Al principio no comprendí aquella locura pero no tardé en comprenderla. Un centenar de moros se nos venían encima y otros muchos salían de los rincones de la Saguia El Hamra. Debíamos de pararlos y evitar que alcanzaran al resto de la Bandera. Todos nos levantamos y con bayoneta calada, hicimos un contacto tan intimo con aquellos moros traidores, que de ser aquello rameras, hubiéramos acabado exhaustos de tanto darle a la berga. Aquello fue toda una carnicería. Unos y otros nos acuchillábamos sin menosprecio o nos disparábamos a bocajarro sin ternura alguna. En aquel lugar Dios nos había dado la espalda.
A mi lado el Cabo Belmonte cayó muerto y sus sueños se perdieron en la tierra ardiente. Nuestros hombres estaban sufriendo muchas bajas. El Brigada Fadrique que se encontraba cerca de mi con Oleaga avanzaba sin temor pero en muy poco tiempo el Brigada cambió de opinión y decidió retroceder dando las ordenes oportunas. Los heridos estaban siendo demasiados y debían ser retirados —este fue mi caso Alfredo—. Por desgracia un moro me dio de lleno en la pierna mientras cubría la retirada de un grupo de heridos.
Miré mi pierna y descubrí que sangraba con mucha intensidad. Aquellos cabrones hacían bien su trabajo. Mis sentidos dejaron de ser finos y la confusión me descentró del combate. Busqué mi fusil Mauserdesesperadamente entre el polvo y la arena. Debía de seguir con mi cometido. Me arrastré entre los cuerpos de mis compañeros a duras penas. Quería llegar hasta el Brigada Fadrique que luchaba codo con codo con Oleaga pero no pude hacerlo. Varios legionarios me cogieron de los brazos y me retiraron hacia la retaguardia dejándome detrás de los camiones mientras gritaba como un loco que me soltasen —maldita sea Alfredo, te juro que maldije a aquellos hombres por sacarme del campo de batalla pero ellos, al igual que yo, cumplían ordenes de un mando. Y eso no es discutible—.
Allí detrás de los vehículos, impotente y furiososeguía el combate mientras los demás combatían con bravura. Entonces sucedió que, mientras limpiaba mis amargas lágrimas, un avión Heinkel 111 sobrevoló el cauce y la meseta donde estábamos combatiendo. Al poco, volvió a pasar de largo y lanzó un racimo de bombas mucho más allá de nuestra posición. ¡Aquello era una locura! ¿Qué es lo que estaban haciendo? Allí abajo en el cauce toda una compañía y la sección de mi Brigada Fadrique estaba siendo pasada a cuchillo sin clemencia. ¿Por qué lanzaban las bombas más allá de nuestra zona?
Mi tiempo de espectador tocó a su fin. Un camión llegó a la zona donde yo estaba y dos legionarios saltaron del camión para cargar a los heridos según las ordenes del Brigada. Aquello se había acabado para mi y mi corazón comenzaba a envejecer. Desde mi visión del interior del camión junto con una veintena de heridos pude ver como la lucha se encrudecía. A lo lejos, antes de caer inconsciente pude divisar a Oleaga y el Brigada Farique caer al suelo. Entonces me maldije para siempre por no haber sido mejor legionario —y te juro Alfredo que eso no a ha cambiado—.
Miré mi pierna por última vez con los ojos nublados y pude ver que la sangre era abundante. Cogí una de mis trinchas y la até a mi pierna para hacer un torniquete. Después, todo quedó en negro y hasta hoy amigo mío todavía sigue así. Triste y sin sentido. Esperando que esa niña malcriada llamada muerte se digne a visitarme. Reescribiendo una y otra vez esta carta como un tormento que nunca acaba, buscando una redención conmigo mismo. Un perdón por fallarte.
Amigo mío, guardame un sitio en el cielo hasta que Dios me llame.
Hasta pronto Legionario.

©R. C. Calderón 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario